Lisboa I
Hoy llega otro viernes y nos vamos de viaje junto a la experiencia de otra de nuestras queridas colaboradoras, esta vez nos vamos a Lisboa junto a Anna Codorníu de Drimvic. Anna es pura sensibilidad, ella es generosa, se sumó a Viajar Inspira desde el primer momento, antes de comenzar a viajar con ella les comparto cómo se auto define en su blog personal Drimvic:
Me llamo Anna, soy barcelonesa de nacimiento y corazón (aunque desde abril de 2016 estoy viviendo en Madrid), y soy inquieta, soñadora y sensible a partes iguales. tímida e introspectiva pero, en entornos conocidos, no hay quien me calle. muy familiar y, a veces, pegajosa por demasiado cariñosa; prefiero los encuentros tú a tú que los grandes grupos; me gusta decir que soy perseverante, aunque cabezota y muy insistente probablemente me definan mejor; soy curiosa, me gusta pensar que todo es posible y mi perfeccionismo a menudo me lleva al límite.
Valoro mucho los ratos de soledad, es cuando cargo pilas y me energizo; adoro el mar y los helados; tengo debilidad por las cosas hechas a conciencia, de corazón; me gusta todo lo que sea sencillo, bonito, delicado y auténtico; me encanta ir descalza y sentarme en el suelo; mi estación favorita es el verano y el desayuno, mi momento del día; soy más de dulce que de salado e infinitamente más diurna que nocturna; mi gran pasión es viajar y descubrir mundo; la belleza me da serenidad y me hace sentir bien y soy de las que piensa que la belleza se encuentra en todas partes, solo depende de los ojos con que mires; mi gran reto es estar presente en el aquí y ahora, solo entonces es posible disfrutar de lo que te rodea...
Esta vez conoceremos Lisboa desde otro lado, Lisboa fué un viaje para Anna, pero fué un viaje especial porque ella en un momento decidió vivir en esa ciudad por unos meses, así que, qué mejor que pasear por esta ciudad de la mano de alguien que la vivió desde adentro en un momento de transformación personal, no tanto como una turista sino como alguien que la eligió para vivirla todos los días. Los dejo con Anna:
"Recuerdo esa sensación al salir del aeropuerto, una mezcla de muchas emociones: nerviosismo, excitación, miedo… Era 6 de octubre de 2015 y acababa de llegar a Lisboa para instalarme 3 meses. Conocía la ciudad de una escapada de 3 días en 2011. Sentada al lado de la ventana en el taxi que nos llevaba a la que sería mi casa durante los siguientes meses no perdía detalle de todo lo que íbamos pasando con el coche.
Me viene a la mente cuando comencé a desempaquetar mis cosas con ayuda de mi madre, comprar comida y productos de limpieza en el supermercado que nos indicó el chico que me alquilaba el apartamento, localizar la lavandería donde podría lavar mi ropa, todo con un nudo que me oprimía fuertemente el pecho y una voz interior preguntándome cada vez con más insistencia si no me había equivocado al venirme."
Recuerdo subir al metro con mi madre y bajarnos al lado de la praça do comerço, en baixa. Allí, con el río Tajo tan inmenso que parecía un océano a mis pies, supe de repente que había hecho bien, que todo estaría bien.
El tiempo pasó a una velocidad vertiginosa. Me enamoré perdidamente de Lisboa y de sus calles adoquinadas (no tanto de sus pendientes imposibles); de esas fachadas de azulejos desgastados por el tiempo que confieren una belleza decadente a toda la ciudad; de sus colores pastel; de los tranvías antiguos circulando entre coches y motos; de esa luz tan… tan diferente y especial, una luz que no había visto en otras ciudades y que se vuelve especialmente bonita al atardecer, cuando tiñe todos los edificios de tonalidades rojizas y anaranjadas; de la ropa tendida a pie de calle, como si estuviéramos en un pueblo de pocos vecinos; de esa sensación de ciudad asequible, que está todo a mano (aunque solo sea una sensación); de las vistas privilegiadas desde sus abundantes miradores; de los pasteis de nata, esos dulcecitos de crema a los que les puedes añadir canela o azúcar y te comerías 10 sin darte cuenta; de sus muchos espacios verdes que se convierten en pequeños refugios cuando quieres desaparecer de la ciudad; de su maravillosa artesanía; del portugués, de sus r afrancesadas y de esa entonación que tanto me gusta; de su comercio pequeño y de barrio que, de un modo extraño, hace que te sientas más integrada, como si hubieras conectado realmente con la gente del lugar; de esa mezcla perfecta entre antigüedad y modernidad, entre tradición y cambio.
Jardim da Estrela fue uno de mis rincones favoritos; un parque con estanque, abundante vegetación, bancos repartidos por todo el espacio para sentarte en ellos y cerrar los ojos mientras el sol de otoño te acaricia la piel, y una cafetería acristalada al lado del estanque perfecta para tomarse un chocolate calentito mientras afuera no para de llover. Estufa Fría, dentro del inmenso parque de Eduardo VII, también se convirtió en un refugio para mí: una especie de invernadero semicubierto, con infinidad de plantas y árboles diferentes, perfecto para pasear en silencio o para sentarte a leer en uno de sus bancos en la más absoluta tranquilidad (entre semana hay que pagar 3,10€ por entrar pero los domingos la entrada es gratuita). Y el último descubrimiento que hice este verano, cuando volví para una visita relámpago, el jardim da Fundaçao Calouste Gulbenkian. Maravilloso. Unos jardines con estanques, bancos, extensiones de césped para poner un pareo y comer o dormitar; un remanso de tranquilidad para cuando se necesitan bajar pulsaciones.
De todos los miradores que tiene la ciudad y a los que no me cansé de volver por sus vistas tan bonitas, me quedo especialmente con 3. El de la rua augusta, justo encima de la praça do comerço. Es el único que es pago (3€) pero las vistas lo merecen, al menos para mí. Observar el ajetreo y vaivén de la gente en la plaza desde las alturas es curioso y divertido y por el lado opuesto ves las principales calles comerciales de Chiado. El de Santa Luzia, en el barrio de Alfama (un barrio imprescindible, el que mejor refleja la Lisboa tradicional y recoge ese aire decadente de la ciudad), ofrece unas vistas muy bonitas de la ciudad, y el de Santa Catarina, enfrente del museo de farmacia, tiene unas vistas privilegiadas al río Tajo.
Lo cierto es que la ciudad está repleta de miradores y todos tienen encanto así que quizás lo mejor es pasear e irlos encontrando en el camino :)
Lisboa da para mucho, muchísimo, pasearla y descubrirla despacito es un auténtico gozo. El próximo post quizás podemos dar una vuelta por algunos de sus comercios y restaurantes. Les daré mi "lista personal" de elegidos. Ojalá puedan disfrutar de Lisboa como yo lo hice y que mi experiencia los inspire a descubrirla.
Hasta el próximo post!