Nueva Delhi
"Si abrieras realmente los ojos, y vieras, verías tu imagen en todas las imágenes. Y si abrieras tus oídos para oír, oirías tu propia voz en todas las voces."
Kalil Gibrán
Nueva Delhi. Llegada. Primera impresión. India es indescriptible. Cualquier cosa que te digan puede ser verdad y lo contrario también. Es hermosa y horrible. Es el país de los contrastes: entre el olor a sahumerio y especias y el olor a podrido, entre los colores brillantes y la basura por todos lados, entre la inocencia y todo lo contrario, entre el orden y el caos. Miradas penetrantes que te siguen a donde vayas. Autos en todas direcciones. Amontonamiento. Vacas. La bocina de los automóviles permanente de música de fondo. Agotarse los ojos de tanto ver. Un éxtasis para los sentidos, un desconcierto para la mirada. Ojos, muchos ojos desde caras curiosas. Almas. Puertas que te dejan pasar. Bicicletas para un lado, motos para el otro, en las motos pueden llegar a ir hasta 5 personas, sin casco por supuesto...una locura. Se cruza cada tanto un señor del chai (té con especias que no hay que dejar de degustar en cada lugar donde te ofrezcan).
Siempre aparecen en sus paisajes "peregrinos religiosos" con su naranja y fucsia relucientes. El primer día tuve que superar la barrera del miedo para atravesar la puerta del hotel a la calle pero a partir de ahí todo fue magia. La primer anécdota inquietante fue el segundo día: Salí del hotel donde los taxis y rickshaws son obviamente mucho más caros que en el exterior y comencé la negociación en inglés con un indio para tener un Tuc Tuc a mi disposición durante todo el día. Después de unos minutos de negociación fuimos hasta una motito maltrecha, él habló en indio con el conductor y me señaló que me subiera. Hice caso. Hasta ahí parecía que todo venía normal. Arrancamos y de repente el negociador se sienta en el mismo asiento del conductor y yo preguntándome “como salgo de ésta” sentada en la parte de atrás del vehículo. Una vez despejados los pensamientos de “me quieren secuestrar” saco mi lista de lugares a recorrer en el día. Pero estaba claro que no iba a funcionar...Yo quería ir a un lugar y me llevaron a otro. Aparentemente India quería enseñarme acerca de la entrega, y yo me dejé, no había absolutamente nada en particular que quisiera ver, yo quería conocer qué es India.
Eran tiempos del monzón, es decir, la época de lluvias. Empezaba una leve llovizna. Mi taxista quería ir a rezar, y quería ir con su “amigo” (el conductor) así que me llevaron a su templo. Parecía que era SU viaje, no el mío...y fuimos. Así conocí el Templo de Hanuman, un edificio en forma de mono que se ve desde diferentes puntos de la ciudad. Paseando por su interior, y entrando por la boca dentada del simio, saqué algunas fotos mientras mis guías hacían la cola para dejarle ofrendas a sus dioses.
Recién después me llevaron a donde yo quería ir, el Fuerte Rojo, lugar bastante menos interesante. Su nombre se debe al color de la piedra arenisca con la que se construyó. Fue un palacio y residencia real del emperador mongol Shah Jahan que trasladó la capital de su imperio de Agra a Delhi. Las murallas de este fuerte cubren la antigua ciudad de Shahjahanabad, la hoy llamada Vieja Delhi. Cuando salí del fuerte se largó la lluvia más increíble del planeta. Y mis conductores decidieron que se iban a comer con sus amigos (ya que no podían venderme nada de lo que pretendían) y me dejaron en el centro de Delhi bajo la lluvia.
Algo que aprendí es que hay que tener mucho cuidado cuando quieren llevarte a la “oficina de turismo” para que obtengas información, en realidad quieren llevarte a alguna agencia de viajes encubierta y no a un organismo oficial. Allí te van a decir que todos los tickets de tren están agotados, incluso te van a mostrar fechas y horarios en una pantalla, y van a intentar venderte un auto con chofer y los hoteles para todo tu recorrido por India. Yo no caí pero muchos europeos con mochila son presa de estos engaños. Después de este episodio decidí que basta de taxis por el día, son agotadores. Me tomé el metro hasta la estación más cercana a donde quería ir y la lluvia era cada vez más intensa. Mientras esperaba que pare de llover conocí a una pareja de recién casados que me salvaron el día. Estuvimos charlando bastante antes de intentar llegar a la tumba de Humayún, porque oh casualidad ellos iban al mismo lugar (fue la segunda vez en el día que pensé que me querían secuestrar). No llegamos, estaba todo inundado y pasé por lugares inimaginables con el agua hasta las rodillas.
Está de más decir que a esta altura no tenía nada de mi ser seco. Cambiamos de plan y nos subimos a un colectivo. La pareja eran hindúes y me llevaron a Swaminarayan Akshardham. No se puede sacar fotos dentro del lugar pero vale la pena googlearlo. Es el lugar más lindo que vi, con tallas de mármol y elefantes de piedra por todos lados. Generalmente no está dentro de los circuitos turísticos más armados pero definitivamente vale la pena visitarlo. Mi primer viaje en tren indio fue el camino desde Delhi a Agra.
Imaginen mucho calor y muy sucio. Bueno, más! mucho más!! Así fue el encuentro con la estación de tren. Pegajoso y gris. Una nena meando como si fuera un chico, de cuclillas y con un chorrito como si fuera una fuente que sube y cae en picada hacia las vías. Un liciado sobre una madera con 4 rueditas que se arrastra usando su mano y una ojota como guante. Una especie de gitana india que me dice algo que obviamente no entiendo. Hombres con algo así como cascabeles hechos de los deslizadores de los cierres de las valijas... Conseguí pasaje en tercera clase, ni primera ni segunda, pero hay muchas más clases por debajo y fue toda una osadía. Me subo al tren, el aire acondicionado que figura en el ticket es un ventilador chiquito en el techo. Me siento, en la ventana más grande. Predominan los hombres y las mujeres se acomodan cerca de otras mujeres. Como los viajes son generalmente largos todos llevan cadenas y candados para sus valijas y las mantienen lo más cerca posible. Mirar por la ventana del tren es como una película con el sonido cambiado. No muda porque escucho el tilin tilin de sus conversaciones y el sonido del ventilador, sonidos que no concuerdan con lo que veo. Mucha basura, mucha, muchísima. Montañas de basura por doquier. ¿Pobreza, o cuestión cultural? Acá no se usan los tachos, todo va al piso. Niños en lugares inimaginables (vi uno por ejemplo, acostado plácidamente en las vigas de un puente). Hombres trabajando con musculosas que algún día fueron blancas. Mujeres en saris relucientes atravesando montañas de desechos. No sé porqué, sentada en el tren observando, me daba la impresión de que todos los indios se conocen entre sí. En el tren se cambian de lugar, hablan, vuelven a cambiarse de lugar. Algunos leen, otros cargan el celular (hay enchufe para eso en el tren, incluso en tercera). El ventilador hizo que tuviera que ponerme un abrigo. Pienso en el calor y entiendo porque están todo el día descalzos. Sigo mirando por la ventana y veo gente que vive en carpas, cerdos jugando en el barro, chicos bañándose en una canilla al aire libre, jugando. Pasa un vendedor de “coffee” y otro quejándose “chaichai”. Un señor trae un almuerzo que no me animo a degustar. La única foto que saqué en el tren fue de un muchacho con una sonrisa encantadora que hizo que sacara el candado de mi valija para retratarlo y me trasladara a una nueva parte de mi viaje...
Ya estaba cerca de Agra...mi próxima historia en Viajar Inspira. Hasta la próxima!
Relato y fotografias: Isis Petroni