Esta es una HISTORIA pequeña, de un viaje de una madre con su hijo, el viaje de María a Japón, María es una ceramista argentina que crea a partir del barro objetos simples, imperfectos, que hablan de su sur natal, de su inspiración en la naturaleza, de su concepto "wabi sabi" japonés...

17 días después de que nos fuimos volvimos y ya regué el jardín

Japón nos sorprendió, nos mostró su cultura y sus paisajes profundamente distintos por donde la amabilidad y la honestidad caminan de la mano y se cruzan en esquinas con luces que hacen la noche día y pasajes detenidos en el tiempo.

Japón es otro mundo, de contraste infinito y respeto cotidiano, ejemplo, necesario y no menor, el de sus inodoros de alta tecnología, con controles para tablas calentitas de temperatura graduable y sonido de canto de pájaros y arroyo para disimular ruidos vergonzantes con volumen también regulable a gusto del consumidor, que conviven sin fisura con equivalentes en sus funciones pero de estilo japonés (agujeros en el piso) en un mismo baño de restaurant, estación de subte, parques, templos, jardines, casas de té...siempre impecables y siempre pulcros y así lo nuevo y lo viejo se cruza con naturalidad.

En Japón la basura es propia como todo lo que es propio y se dispone en lugares propios después de acarrearla por lugares públicos lo que haga falta, no hay tachos de basura en la calle: responsabilidad por las acciones, ser eficientes, ser cuidadosos.
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17 días de comer con palitos y pequeñas historias que ilustran la experiencia vivida, un bolso perdido por aerolínea de allí que aparece y nos informan que llegara a nuestro hotel a las 21:16 del día siguiente. Después de hacer un recorrido por varias ciudades niponas y así llega a las 21:16 con chofer de guantes blancos e inentendibles disculpas varias y también varias bajadas de cabeza ...no hacía falta, el bolso estaba ahí !!! y el ciervo de Nara que se comió nuestro mapa cuando por fin, gracias a un dispuesto caballero de turismo y su detallada explicación, tuvimos claro un recorrido en esos primeros días de mayor confusión ("por donde ir" duró lo que el ciervo tardó en desayunarse el mapa) o cuando nos encontrarnos con un amable matrimonio inglés en Kioto e intercambiamos datos para luego volver a encontrarnos en Nagoya en una estación de tren varios días después con experiencias nuevas para compartir y una de esas memorables sincronicidades de lugar y vida (considérese que Japón es una marea humana que no descansa, mucha gente chiquita que vive en espacios chiquitos con objetos chiquitos, tal vez porque se saben habitando el territorio acotado de una isla), o cuando caminando por Kioto, que no es chico, se nos cruzó el Museo de Raku, de unos tal señores Raku que hace 17 generaciones que se heredan nombre y técnica, sin planificar ni conocer existencia estuve donde sin dudas siempre hubiese querido estar, y otra loca y linda coincidencia, encontrarnos en Santiago, ya más cerca, con nuestros vecinos de tres cuadras, tintoreros japoneses que a los besos y abrazos nos invitaron a tomar un té para hablar de aquello (pequeñeces que pasan en un viaje y adornan el relato)

Entonces después de 17 días de caminar muchos pero muchos caminos ( km!!!!) cruzar muchos puentes (de los reales y de los metafóricos), esperar muchas horas, de trenes muy veloces y no tanto, de templos y pagodas, tes y sushi y más pescado, de ver, oler, probar, sentir, compartir una cultura tan rica y generosa y a la vez tan ajena volvimos a casa. Un poco más rica el alma, muy cansados y felices, y yo con el lujazo de haber compartido estos días con mi hijo menor que está grande y tiene un precioso corazón, que ve detalles con sus ojos nuevos y me los muestra, detalles que yo no hubiese podido.